Tiziano Terzani
Y se levantó de la silla con un salto. Del impulso la tumbó. Todo retumbó a su alrededor en el pequeño cuarto lleno de aristas.
Cada cardenal del cuerpo de X cuenta los detalles de esta historia comenzada por el tejado como las casas destinadas al derrumbamiento, como chabolas que surgen de la noche a la mañana en las proximidades de las grandes aglomeraciones de dinero, de las ciudades.
Y se preguntó en voz alta, buscando en aquel vacío de entre los dos, una explicación a lo ocurrido ¿Por qué? ¿quién eres? ¿de dónde vienes? ¿te conozco? ¿te he visto alguna vez? Te veo pero no sé que hay en tí. Veo el envoltorio. Quizás mi olfato me lleve a atisbar algo de ti, al borde de este abismo, a través de tu mirada. Pero me desconcierta que no me lo cuentes, que esta ecuación no haya sido formulada, que no tenga unas premisas sencillas, lógicas. Si X es F, entonces Y tiende a X.
X se atusa el cabello largo y rizado y con los ojos entreabiertos, intenta buscar en los rincones acuosos de su mente las palabras que acierten a descifrar sus circunstancias y su entorno. Nama saya X. Me llamo X. Llegué aquí a través de una puerta giratoria. Podría estar aquí como en cualquier otro sitio. Fue el azar. Conté hasta tres. Nací junto al mar como podría haber nacido bajo un árbol. Mi padre me enseñó a hacer dos de las cosas que me gustan más: nadar y montar en bicicleta. Ninguna historia contiene toda la historia.
Tomó entre sus manos los datos garabateados en el aire para examinarlos con detenimiento. Arrugó el papel formando una pelota con la que jugueteó mientras miraba a X directamente a los ojos sin parpadear; intentando decidir si tirarla a la papelera que había junto a sus pies o estirar de nuevo la historia para releerla. Podrían ser todo mentiras pero aquella mañana Y se lo quería creer.
X se balancea de derecha a izquierda, suavemente, meciéndose desde dentro. Espera un guiño que le haga relajarse de nuevo. Nunca le gustaron los exámenes de matemáticas. El guiño llega, en forma de sonrisa. X se atusa de nuevo el cabello y bebe un poco más de café de la taza que hay al borde del abismo.
Y recoge la silla. Se acerca a la estantería a archivar la historia en su carpeta azul de anillas, la que está entre un libro de historia del arte y un disco de Reagge. Se dispone a ir a la ducha.