Monday, August 06, 2007

de fines de semana femeninos y la imposibilidad de comunicarse con el de siempre

Este fin de semana comenzó pronto, a mediados de semana, y acabó tarde, con ayuda de unas cervecitas que pesan en el estómago y en la cabeza y un poco de tormenta veraniega en medio de un Madrid que se me antojó tropical.
Abrimos el weekend con una tarde arreglando el mundo. Una tarde femenina y conversadora. En un rinconcito de la ciudad nos reunimos la pequeña gran Maria Grande, Mar Mas, mujer combativa e inteligente que reconoce que aprecia más a los meros que algunos seres humanos y de inigualable anfitriona, Raquel López, productora, buceadora, cuidadora de almas atormentadas, sonriente y explosiva.
Tras varios tintos de verano y una buena puesta al día, la Grande ahora vive a caballo entre su querida África y la bien hallada Barcelona; Mas vive a caballito de mar entre Indonesia y cualquier mar situado entre el Trópico de Cáncer y el de Capricornio y la López que vive a caballo entre su vida profesional y personal; las allí concurrentes acabamos hablando de sostenibilidad y desarrollo, no es de extrañar, cuando el 50% de las presentes llevan desarrollando su proyecto de vida en estas lindes.
Me enteré de conceptos como el de banca ética, construcción sostenible y muchos otros tan en boga en estos tiempos reciclabes, reutilizables y biodegradables. El concepto que más me llamó la atención fue el de la huella ecológica. Como mi curiosidad es infinita, más tarde me dirigí a una página calculadora de mi huella ecológica.
Yo me tenía por persona concienciada y concienciuda, super hippie, super verde, reciclada, reusada y biodegradable. No tengo coche, ni moto, me muevo en bici y transporte público, prefiero el transporte terrestre al aéreo, no como casi carne, reciclo, compro pensando en lo que adquiero y si realmente lo necesito y resulta que para sostener mi modo de vida se necesitarían 2 planetas y medio. ¿?
Para superar este dato devastador subí a la sierra madrileña no del modo más sostenible, he de admitir, éste hubiese sido caminando, pero no soy tan arriesgada ni tan atlética, también lo confieso. Comí un chuletón de buey cuya procedencia desconozco y que, probablemente, su adquisición y consumo suponga un paso más hacia el fin de un modo de vida tradicional en algún punto distante del que me encuentro. Nadé en una piscina llena, casi con total seguridad, de agua potable. Y regresé a la capital con dos bolsas de plástico en mi mochila que tardarán millones de años en desparecer de la faz de esta tierra.
La lluvia dió una leve tregua a mis tribulaciones veraniegas y bochornosas acerca de mi modo de vida. Deseé con todas mis fuerzas que aquella lluvia fuera monzónica y tropical y no me diera más posibilidad que recogerme por un día y mirar absorta a través de las ventanas. El teléfono me sacó de mis pensamientos bucólicos y me introdujo de nuevo en la realidad.
El fin de semana terminó como empezó, arropada por el alcohol y la conversación, conversación tantas veces mantenida con él y, sin embargo, nueva en cierto sentido. Mi sentimiento era nuevo, también la certeza de que hay cosas de mí que nunca conseguiré que entienda.

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