“- If you are going to be religious, you must be either a Hindu, a Christian or a Muslim.
- I don’t see why I can’t be all three. Mamaji has two passports. He’s Indian and French. Why can’t I be a Hindu, a Christian and a Muslim?...”
Life of Pi, Yann Martel.
Tras estos acontecimientos en la cabeza, el corazón y el ánimo, compramos un billete de autobús hacia Pushkar, en el Rajasthán.
Pushkar es una ciudad santa del Hinduismo consagrada a Brahma. Hay muchas leyendas asociadas al nacimiento de Pushkar y de su feria, todas ellas asociadas al señor Brahma, dios creador del Hinduismo, miembro de la Tri-murti: la Trinidad conformada por Brahmâ (dios creador), Vishnu (dios preservador) y Shiva (dios destructor). En India sólo hay dos templos dedicados a él y uno de ellos está en Pushkar. Se dice que en una batalla, el señor Brahma mató al demonio Vajra Nabh con una flor de loto, sus pétalos cayeron a la tierra y aterrizaron en tres lugares en los alrededores de la actual Pushkar y allí se originó el lago de la ciudad.
Allí me dirigía, nos dirigíamos, sin saber muy bien qué significa ciudad santa en India. Y ciudad santa significa muchas cosas, entre ellas: prohibición de consumo de alcohol, carne y huevos y, por supuesto, mucho de a dios rogando y con el mazo dando. El sleeper bus que nos llevó de Delhi a Pushkar fue el primer contacto con los medios de transporte en la india, que, resumiendo y siendo sumamente benévola, son pequeños y estrechos para una persona de raza caucásica como yo. Hacía mucho tiempo, desde que era una adolescente, que no deseaba con tantas fuerzas quitarme un par de centímetros de altura y es que en India y, en general en toda Asia, es una mala pata ser alto, más alto que la media asiática, claro.
Las literas del autocar eran como pequeños ataúdes. El techo a menos de tres palmos de tu cara y, por supuesto, yo no podía estirar las piernas por completo. Los baches de la carretera, innombrables. Curiosamente en este autocar fue el primer sitio donde Iria consiguió dormir como un tronco desde su llegada.
Y llegamos y ciudad santa significa que sí puedes comer carne, pero más cara, sí puedes beber cerveza, pero te la sirven a escondidas y en una tetera, y más cara… El mercado negro de huevos no funciona también, así que los famosos pancakes (un postre a medio camino entre una tortilla dulce y una crêpe) no los encontré ni en pintura. Y ciudad santa significa que un montón de falsos Babas andan pululando por las calles intentando liarte para hacer una pooja (ofrenda) en el lago sagrado a cambio de un módico precio.
No sería en Pushkar donde entendería la profunda espiritualidad de los indios y de los seres humanos en general, no sería desde luego contemplando un circo montado para que los turistas llenen sus carretes de fotos. Otros cuantos lo que llenan son sus bolsillos, pues Pushkar es también uno de los centros de compras preferidos por aquellos que van a la India a especular. Compro aquí a 100 rupias (el equivalente a 2 euros) y vendo allí a 40 euros (el equivalente a 4000 rupias, dinero con el que en la India se puede sobrevivir hasta 2 semanas).
- I don’t see why I can’t be all three. Mamaji has two passports. He’s Indian and French. Why can’t I be a Hindu, a Christian and a Muslim?...”
Life of Pi, Yann Martel.
Tras estos acontecimientos en la cabeza, el corazón y el ánimo, compramos un billete de autobús hacia Pushkar, en el Rajasthán.
Pushkar es una ciudad santa del Hinduismo consagrada a Brahma. Hay muchas leyendas asociadas al nacimiento de Pushkar y de su feria, todas ellas asociadas al señor Brahma, dios creador del Hinduismo, miembro de la Tri-murti: la Trinidad conformada por Brahmâ (dios creador), Vishnu (dios preservador) y Shiva (dios destructor). En India sólo hay dos templos dedicados a él y uno de ellos está en Pushkar. Se dice que en una batalla, el señor Brahma mató al demonio Vajra Nabh con una flor de loto, sus pétalos cayeron a la tierra y aterrizaron en tres lugares en los alrededores de la actual Pushkar y allí se originó el lago de la ciudad.
Allí me dirigía, nos dirigíamos, sin saber muy bien qué significa ciudad santa en India. Y ciudad santa significa muchas cosas, entre ellas: prohibición de consumo de alcohol, carne y huevos y, por supuesto, mucho de a dios rogando y con el mazo dando. El sleeper bus que nos llevó de Delhi a Pushkar fue el primer contacto con los medios de transporte en la india, que, resumiendo y siendo sumamente benévola, son pequeños y estrechos para una persona de raza caucásica como yo. Hacía mucho tiempo, desde que era una adolescente, que no deseaba con tantas fuerzas quitarme un par de centímetros de altura y es que en India y, en general en toda Asia, es una mala pata ser alto, más alto que la media asiática, claro.
Las literas del autocar eran como pequeños ataúdes. El techo a menos de tres palmos de tu cara y, por supuesto, yo no podía estirar las piernas por completo. Los baches de la carretera, innombrables. Curiosamente en este autocar fue el primer sitio donde Iria consiguió dormir como un tronco desde su llegada.
Y llegamos y ciudad santa significa que sí puedes comer carne, pero más cara, sí puedes beber cerveza, pero te la sirven a escondidas y en una tetera, y más cara… El mercado negro de huevos no funciona también, así que los famosos pancakes (un postre a medio camino entre una tortilla dulce y una crêpe) no los encontré ni en pintura. Y ciudad santa significa que un montón de falsos Babas andan pululando por las calles intentando liarte para hacer una pooja (ofrenda) en el lago sagrado a cambio de un módico precio.
No sería en Pushkar donde entendería la profunda espiritualidad de los indios y de los seres humanos en general, no sería desde luego contemplando un circo montado para que los turistas llenen sus carretes de fotos. Otros cuantos lo que llenan son sus bolsillos, pues Pushkar es también uno de los centros de compras preferidos por aquellos que van a la India a especular. Compro aquí a 100 rupias (el equivalente a 2 euros) y vendo allí a 40 euros (el equivalente a 4000 rupias, dinero con el que en la India se puede sobrevivir hasta 2 semanas).
Tras una semana cerré la mochila y compartí con Iria el último autobús juntas en todo mi viaje. Cogiendo el primer autobús local hacia Bundi, un sitio poco visitado del Rajasthán, pero que a mi me pareció de una magia especial, detenida en el tiempo y con los niños más persistentes de todo el viaje.
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