Sunday, November 20, 2005

al borde de paquistán



"And what is good, Phaedrus,
And what is not good-
Need we ask anyone to tell us these things?"

Zen and the Art of Motorcycle Maintenance, Robert M. Prising.


Una multitud de mujeres cubiertas con burkas negras me esperaba en la estación de tren de Junagadh. Tras sus velos podía adivinar su curiosidad sobre mi , la misma que la mía sobre ellas. Al poco de llegar a la estación me ví rodeada por todas ellas, tal que fantasmas negros y una, entre risas, no pudo soportar más y me comenzó a interrogar ¿de dónde eres? ¿estás casada? ¿cuántos hijos tienes? Las preguntas habituales en cualquier conversación con un extraño en India. Se quedó sorprendida por mi ausencia de marido y de hijos a mi edad, ella con la misma edad que yo ya tenía marido y dos pequeños. Dos mundos diferentes no hay duda. También yo me quedé sorprendida de lo multitudinaria de su despedida, toda la familia parecía congregada allí para decir adiós a la mujer de velo negro.
Mi primer tren nocturno me condujo de Junagadh a Ahmedabad, en el mismo estado de Gujarat. Este tren llegó a las 5 de la madrugada a la estación y a pesar de mis temores la estación estaba completamente abarrotada de gente a esas horas. En India es muy difícil estar solo.
Cuando desperté en mi litera estábamos en Ahmedabad, ciudad de unos 5,1 millones de habitantes, la ciudad más grande del estado y la séptima dentro de todo el país. Aquel fue mi primer tren nocturno sola y tras decenas de ellos, casi todos nocturnos, aprendí una cosa: me gusta viajar de día. Entiendo la opinión ampliamente extendida de que los medios de transporte nocturnos ahorran una noche de alojamiento pero, en mi caso, no sólo descubrí que llegaba a los sitios de madrugada y de mal humor si no que además acababa eligiendo las peores habitaciones dada la desesperación por acostarme en cualquier lado a descansar. Por la mañana a plena luz del día me daba cuenta del tremendo error cometido por el cansancio y la falta de luz.
Las taquillas, viejas y destartaladas como el resto de la estación de Ahmedabad, mostraban delante de sí largas colas de hombres esperando ordenadamente para comprar sus billetes. Esta estampa no es común en India donde empujar y saltarse la cola son deportes nacionales tanto como el criquet y el escupir. Descubrí pronto la razón de tanto orden. Las colas eran guardadas por policías uniformados con cara de pocos amigos y largas varas de madera en las manos, las mismas varas que se usan para comprobar si la gente que duerme en la estación está viva o muerta por la mañana pues hay muchos sin hogar que mueren en las estaciones donde se refugian por la noche. Esas mismas varas también ordenan filas delante de taquillas en Ahmedabad.
Las mujeres a esa hora se podían contar con los dedos de una mano. No son horas femeninas en el país. En mi caso, cualquier hora era válida y lo único que quería era comprar un billete lo antes posible para el siguiente tren con destino a Jalgaon, mi próxima parada, ya en el estado de Maharashtra. Tuve suerte, al ser una mujer tenía una ventanilla para mi sola. En India ser mujer acarrea muchísimas injusticias y problemas pero también algunas poquísimas ventajas y una de ellas es que hay una cola exclusiva para mujeres (también hay algunos trenes con vagones exclusivamente para mujeres) Así que, sin demasiada demora, compré mi billete en clase general con destino Jalgaon.

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