En estos días obligatoriamente caseros he retomado pequeños hábitos que el devenir de la vida cotidiana había apartado de mí por un tiempo. Hábitos como cocinar a fuego lento bizcochos en tardes aburridas. Leer durante toda una mañana sin importar horas, ni quehaceres. Escuchar las noticias en la radio.
En estos días maravillosamente caseros me he levantado, sin proponérmelo, a esas horas en las que las calles todavía no están puestas, esas horas tranquilas en que parece que es más sencillo pensar y estar en calma. Esta mañana, bien tempranito, a través de las ondas me llegaba un dato: el 19% de los españoles sufre pobreza relativa. La llaman relativa porque existen otras mucho más aterradoras, la pobreza extrema, por ejemplo. Leyendo un poco acerca del tema, encuentro que existen muchos parámetros y determinantes para cuantificar y clasificar la pobreza. Ésta puede ser Rural o Urbana, Absoluta o Relativa...
El caso es que uno de cada cinco españoles sobrevive con menos de 530 € al mes. 530 euros. Hago cálculos y no me salen. Comparto piso en Madrid con otras 4 personas (ergo somos 5 en total) y, no por ello sale la cosa especialmente económica. La que aquí escribe desembolsa mensualmente un poco menos de los 400 euros por el alquiler, a los que hay que sumar gastos, compras... A lo que íbamos, el 19 % de los españoles no puede ir al cine nunca, no puede comer carne ni pescado cada dos días y no pueden tener calefacción en casa. La noticia concluía que la mayoría de los componentes de tal cifra eran personas mayores de 65 años que vivían solas.
En estos días dolorosamente caseros, cada mínimo y mundano movimiento de mi cuerpo ha sido un gran triunfo -no he parado de acordarme de la frase Es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad- En estos momentos, una se siente vulnerable y humilde, humilde cuando una, desesperada, ha de rendirse a la evidencia de que alguien le va a tener que ayudar a ponerse los calcetines y atarse los zapatos. Cuando una está impedida de su libertad física, un gesto tan sencillo como cambiarse las bragas puede convertirse en una auténtica proeza que, una vez alcanzada, llena de satisfacción a su protagonista. Cada pequeña acción cotidiana se llena de sentido.
En estos días de retiro, casero, he pensado que es en momentos así ,tan frágiles, de enfermedad, física o espiritual, o de necesidad económica cuando los seres humanos se revelan más que nunca como seres sociales, que requieren ser parte de un grupo, una manada, una familia, sea ésta carnal o postiza.