Friday, April 04, 2008

2much4me

A mi siempre me ha sorprendido el asunto de los cuadros.
Están colgados durante años, después, sin que pase nada,
pero nada de nada, zas, al suelo, se caen.
Están ahí colgados de un clavo, nadie les dice nada,
pero ellos, en cierto momento, zas, se caen al suelo, como piedras. (...)
¿Por qué precisamente en ese instante?
¿Qué es lo que le ocurre a un clavo para que decida que ya no puede más?

Novecento, Alessandro Baricco



Mi cuenta bancaria está tiritando y estamos a día 4. Las ojeras me caen justo hasta el punto donde tropiezas con ellas porque no eres capaz de levantar los pies nada más que lo suficiente para propulsar tu cuerpo en la dirección que deseas. Por unos días, he mandado mi rutina a freir espárragos a la vuelta de la esquina. Ayer a pesar de sentir durante toda la tarde que mi cuerpo iba a llevar a cabo un motín a bordo por las penurias que le estoy haciendo pasar, a pesar de ello o quizás por ello, salí a dar una vueltita por los bares con un par de mujeres maravillosas que hacía tiempo no veía.

La una, después de llevar tiempo encerrada entre las cuatro paredes de su casa sacando adelante un proyecto fin de carrera, ahora andaba tramando un viaje a AFRICA. Con mayúsculas, la gran AFRICA. La otra, aventurera y soñadora, loquita loca, nos narraba la experiencia de vivir una tormenta en mitad del océano, también mayúsculo, en otras latitudes, mucho más tropicales. Yo misma relataba exaltada los últimos ires y venires de mi vida, entre cañas y risas.

Llegado un punto, R. nos confesó que tenía un serio problema: había olvidado, así, de repente, las contraseñas de todas sus cuentas de correo electrónico. Esto, viviendo una vida menos nómada, no hubiese supuesto mayor contratiempo a casi nadie, pues con una llamada de teléfono se consigue aquello que se necesita. El problema es que R. de sedentaria tiene poco, así que, aquel personaje que conoció de pedo en las calles de Jakarta o la mujer con la que estuvo en Tailandia un tiempo se esfumaron de su vida. Ocho años de correspondencia a los que no puedo acceder. exclamaba R. con una gran sonrisa en su cara.

Por misterios de la vida, un día te sientas ante un teclado y una contraseña que sistemáticamente tecleas cada día, automáticamente, sin pensarla, se esfuma de tu cabeza. Y sabes con certeza que no volverá, jamás. ¿Por qué? ¿Quién sabe? R. a pesar de todo estaba contenta y dispuesta a todo para recuperar el acceso a sus cuentas de correo: Piratas informáticos, hipnosis...

E. también estaba contenta y aliviada, por motivos diferentes. Su entrega hace un mes no fue todo lo exitosa que le hubiese gustado pero, al fin, ve luz al otro lado del camino que lleva tiempo recorriendo. También hay luz distinta en su cara, en sus ojos, en su tono de voz, en su sonrisa. Sobre la cama que comparte con su compañero tiene extendidos diversos mapas de África y andan diseñando un gran viaje que compartir.

Un mensaje de R. hoy me susurra al oido Me encanta la primavera y me encantas tú.

2much4me


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