Hace tiempo que no puedo dejar de fijarme en el hombre que duerme en la agencia de viajes. Tiene barba y un carro del supermercado, Siempre está serio y observa, nos observa, me observa cuando paso, al trabajo, al cine, al médico.
Hace días que he notado que en ese mismo tramo duerme alguien cubierto de mantas hasta las orejas. Es una buena acera, le da el sol desde primera hora de la mañana. No sé cómo es y sin embargo hace tiempo que noté su afición al vino de brick barato.
Hace semanas que he descubierto que me gusta ir caminando a trabajar bien temprano, cruzando la ciudad de cabo a rabo. A primera hora, hay una gran cola a la puerta de aquel centro de acogida, justo al lado de aquel cine de versión original que tanto nos gusta.
Hace días que he notado que en ese mismo tramo duerme alguien cubierto de mantas hasta las orejas. Es una buena acera, le da el sol desde primera hora de la mañana. No sé cómo es y sin embargo hace tiempo que noté su afición al vino de brick barato.
Hace semanas que he descubierto que me gusta ir caminando a trabajar bien temprano, cruzando la ciudad de cabo a rabo. A primera hora, hay una gran cola a la puerta de aquel centro de acogida, justo al lado de aquel cine de versión original que tanto nos gusta.
Esta mañana volví a coincidir en la cafetería con aquel señor orondo que me vendió un trébol de cuatro hojas plastificado del que no me he separado. También tiene barba, siempre lleva la cabeza cubierta y duerme debajo del puente por el que paso tres días a la semana de camino a la piscina. Esta mañana andaba recortando tréboles mientras se tomaba su café matutino; no me pude resistir, me acerqué a él y por encima del hombro le confesé ¨Todavía tengo el que te compré hace años¨. Él se ha girado, me ha mirado con sus profundos ojos azules y me ha preguntado ¿Y te ha dado suerte?. Y he visto en su mirada que de verdad le importaba.