“Coja una idea. Empiece con acción, con alguien que haga algo; con un hombre que saca una mano y abra una puerta, la luz brilla en sus ojos, un cuerpo yace en el suelo. Se vuelve, mira hacia uno y otro lado del corredor… Siempre el detalle de la acción. Retrate. Haga como en el cine. Las escenas siempre son visuales. Nada de flujo de conciencia. Nos importa un bledo lo que piensen quienesquiera que sean. Sólo nos importa lo que hagan. Que siempre estén haciendo cosas. De una escena a otra. No se preocupe si carece de sentido. Eso es para el final. Escríbame doscientas veinte páginas a máquina”
Marcel Duhamel
Entró por aquella puerta y jamás imagino que allí, de repente, todos sus antiguos miedos volverían arroyándole, como un trailer con exceso de mercancía, tirándole al suelo para arrastrarlo por enmedio de la pista de baile. No era una persona miedosa, no más que la media, al menos. En su corta vida, había osado y tentado a la suerte y a la muerte como sólo algunos héroes de ficción lo hacen y, sin embargo, aquel sitio, aquella noche, la compañía. Le estaban aterrorizado. Y reaccionó como los animales reaccionan ante el miedo, cubriéndose y enseñando los dientes a cualquier intruso.
Bernardo fue el primero en abrir la puerta del local. Una gran bola de espejos daba vueltas en lo alto del techo llenando el sitio de reflejos brillantes. La música era machacona y estridente, de la que no deja duda acerca de lo que se ha ido a hacer al lugar. Sólo algunos pájaros tempraneros pisaban la pista de baile. Llenándola con pasos bien aprendidos y recitados mentalmente. Dos, tres, cuatro... Sin dejar sitio a la improvisación, ni a la diferencia. Los rituales de este tipo le ponían nervioso, le recordaban a Bernardo lo difícil que le resultaba formar parte de algo.
Se apostó en la primera barra que encontró a su paso y decidio pidió la primera de las muchas ginebras de la noche. Intentaba calmar a la fiera, pero la fiera es difícil de sosegar una vez se despierta. Lo único que la tranquiliza es la huida hacia delante.
Bernardo no podía entender porqué su estado de ánimo había cambiado radicalmente tan solo con traspasar una puerta. Se consideraba un tipo sociable, alegre, atrevido e inteligente y, sin embargo, no podía adaptarse según a qué cosas. No podía o no quería. Era ése su diálogo interior. ¿Quería formar parte de aquella danza ancestral y, a sus ojos, ridícula?O ¿era él el ridículo por no aceptar lo que le rodeaba?
Sus hermanas parecían pasarlo en grande. A fin de cuentas había sido idea de una de ellas, salir y confraternizar un poco. Desde la muerte de sus padres, no surgían muchas ocasiones en las que verse, no surgían o no las creaban. El caso es que hacía meses que no pasaban una noche juntos. El plan no tenía mala pinta:
Picar algo y luego ir a bailar.