Al son de Pony Bravo, el Sr. Wilson me preguntaba mientras manejaba su camioneta con serena tranquilidad que qué tal llevo el blog. Un poco abandonado, le confesé. El Sr. Wilson con su caracterísitca parsimonia teñida de buen rollo sonrió y dijo algo reconfortante como de costumbre. Y le prometí escribir sobre él, claro.
Pasar unos días en la naturaleza donde lo único que hay que hacer es tumbarse al sol o a la sombra, nadar y, como mucho en un ejercicio de intelectualidad, leer el libro que llevas arrastrando meses sin terminar de cogerle el gustillo; pasar unos días a la bartola ayuda a alejarse del centro de uno mísmo, a tomar distancia, a desconectar.
Ayer llegué tarde a trabajar, con la mochila a cuestas, una esterilla verde bajo un brazo y un saco de dormir bajo el otro y, de repente, todo tenía un cariz distinto. Estos últimos días han sido de noticias y de jaleo, jaleo como sólo el verano es capaz de imprimir a la rutina cotidiana.
Decía el Sr. Wilson sobre una roca bajo el duro sol de mediodía que no hay que crearse expectativas acerca de nada. Pensamiento muy budista y meditatitvo. Es difícil conseguirlo de todos modos. Cualquier cosa, evento o persona nos genera un apego o rechazo y eso conlleva una aversión o un deseo. Cuando la realidad no se ajusta a nuestras aversiones o nuestros deseos, nos desilusionamos, decepcionamos, frustramos. Es difícil ver las cosas tal y como son, sin querer dotarlas de un significado, de una connotación, de un más allá, sin querer atraparlas o alejarlas de uno mismo.
Por la noche en el teatro, en esos tiempos muertos, en los que el trapecista da paso a los payasos, me comentaba una compañera que claro siendo Virgo, era maniática, organizada, escéptica, racional y que lo había pasado muy mal. Todo el mundo lo ha pasado mal, respondí apresurada. Ves como eres una escéptica. Cuando le pregunté sobre mi futuro no supo qué contestarme así que dí media vuelta dirigiéndome hacia la barra principal y me encontré allí a nuestro saxofonista, excitado como un niño pequeño, contándome que el camarero, Simón, había sido novio de la biznieta de Adolphe Sax. Miré a Pedro y al susodicho Simón y con cara perpleja pregunté ¿y quién era ése? Tan sonoro apellido no había hecho sonar ni una campanilla en mi cabecita. El inventor del saxo! me contestó Pedro, profundamente impresionado porque la vida le hubiese brindado la oportunidad de conocer a un descendiente del instrumento que toca y ama. A mi, me impresionaba más el hecho de que Simón fuera en bici a trabajar por medio de la locura de ciudad en la que vivimos. Al volver al backstage, a la zona de regiduría, un artista de cabello ensortijado, pelo en pecho y con tirantes, así es el circo, me preguntaba lleno de curiosidad que porqué el técnico francés llevaba siempre gafas de sol fuera la hora que fuera.
Pasar unos días en la naturaleza donde lo único que hay que hacer es tumbarse al sol o a la sombra, nadar y, como mucho en un ejercicio de intelectualidad, leer el libro que llevas arrastrando meses sin terminar de cogerle el gustillo; pasar unos días a la bartola ayuda a alejarse del centro de uno mísmo, a tomar distancia, a desconectar.
Ayer llegué tarde a trabajar, con la mochila a cuestas, una esterilla verde bajo un brazo y un saco de dormir bajo el otro y, de repente, todo tenía un cariz distinto. Estos últimos días han sido de noticias y de jaleo, jaleo como sólo el verano es capaz de imprimir a la rutina cotidiana.
Decía el Sr. Wilson sobre una roca bajo el duro sol de mediodía que no hay que crearse expectativas acerca de nada. Pensamiento muy budista y meditatitvo. Es difícil conseguirlo de todos modos. Cualquier cosa, evento o persona nos genera un apego o rechazo y eso conlleva una aversión o un deseo. Cuando la realidad no se ajusta a nuestras aversiones o nuestros deseos, nos desilusionamos, decepcionamos, frustramos. Es difícil ver las cosas tal y como son, sin querer dotarlas de un significado, de una connotación, de un más allá, sin querer atraparlas o alejarlas de uno mismo.
Por la noche en el teatro, en esos tiempos muertos, en los que el trapecista da paso a los payasos, me comentaba una compañera que claro siendo Virgo, era maniática, organizada, escéptica, racional y que lo había pasado muy mal. Todo el mundo lo ha pasado mal, respondí apresurada. Ves como eres una escéptica. Cuando le pregunté sobre mi futuro no supo qué contestarme así que dí media vuelta dirigiéndome hacia la barra principal y me encontré allí a nuestro saxofonista, excitado como un niño pequeño, contándome que el camarero, Simón, había sido novio de la biznieta de Adolphe Sax. Miré a Pedro y al susodicho Simón y con cara perpleja pregunté ¿y quién era ése? Tan sonoro apellido no había hecho sonar ni una campanilla en mi cabecita. El inventor del saxo! me contestó Pedro, profundamente impresionado porque la vida le hubiese brindado la oportunidad de conocer a un descendiente del instrumento que toca y ama. A mi, me impresionaba más el hecho de que Simón fuera en bici a trabajar por medio de la locura de ciudad en la que vivimos. Al volver al backstage, a la zona de regiduría, un artista de cabello ensortijado, pelo en pecho y con tirantes, así es el circo, me preguntaba lleno de curiosidad que porqué el técnico francés llevaba siempre gafas de sol fuera la hora que fuera.
Creo que echaré de menos esta locura veraniega cuando esté despegando hacia Australia. Creo que estas historias mínimas son las que llenan de color la vida de uno. Creo que el Sr. Wilson tiene razón y que el pasado, aunque nos refiramos a hace cinco minutos, no está y nunca volverá. Creo en los actos más que en las palabras. Creo que todo irá bien. Creo que tendré un nuevo sobrino o sobrina maravillosa. Creo que a pesar de ser Virgo no soy tan escéptica.
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