Este sábado me apunté de voluntaria a una actividad que organizaba la Asociación Atletismo y Salud, no porque sea una fan de tal deporte si no porque una de las fundadoras y alma mater del proyecto casualmente vive conmigo.
Goreti lanzó una invitación abierta al evento, en la cocina de casa, una semana antes del mismo con un tono de voz y una sonrisa como quien está acostumbrado a sólo encontrar negativas de respuesta. Así que no sé si porque me gusta llevar la contraria, que me gusta, o porque me emociona el modo en que Goreti se implica en su asociación, acepté la invitación.
La cita era sábado a las 8:30 de la mañana en un parque en Pozuelo, una ciudad próxima a Madrid. Esto significaba levantarse a las 7 de la mañana, hora poco frecuentada en días de descanso laboral. En cualquier caso, yo estaba decidida a colaborar y, no sólo eso, sino además a pasármelo lo mejor posible.
El frío y el sueño eran increíbles pero saludables (creo). Tras desayunar un poco salimos en metro hacia el primer punto de la ruta matutina: la casa de otro de los implicados en el proyecto: Javier. Javier vive en Parque de Santa María, zona norte de Madrid. En su casa tomamos un café y cargamos unas cuantas cosas que utilizaríamos para el montaje del cross. Fue en casa de Javi donde Gore me advirtió del carácter más bien gritón y nervioso de su amigo y compañero de asociación, diciéndome bajito al oído “Cuando lleguemos a Pozuelo, Javi se pondrá a chillarnos, pero tú ni caso”
El trayecto en el coche de Javi fue tranquilo y relajado pero tal y como me había adelantado Gore en cuanto nuestros pies se posaron en la localización del evento Javi se transformó en un ser nervioso, estresado y, desde mi punto de vista, divertido.
Marcamos con un poco de cinta de precinto y cinta plástica, cedida amablemente por una marca de refrescos, el recorrido de la carrera. Colgamos las pancartas de META y SALIDA con ayuda de una Goreti encaramada a los árboles y una escalera. Montamos un cajón de salida para calentamientos con la ayuda de unas vallas de obra cedidas por el colegio en el que trabaja Javi. Y ubicamos el punto de avituallamiento con bebidas y bolsas de regalo, todo muy desinteresadamente donado por la arriba mencionada marca de refrescos y por una academia de idiomas.
Tras todo este trajín comenzaron a llegar los niños (el cross era infantil) con sus correspondientes padres, que como siempre dan más la lata que los enanos. Eran las 10:30 y yo ya estaba muerta de hambre.
Las carreras se sucedieron una tras otra, con normalidad y gran participación y con el paso de las horas, la organización mejoraba (a la par que aumentaba mi hambre y sueño).
Tras todas las competiciones con entrega de medallas incluida comenzó la mejor parte de todos los eventos: el desmontaje. Los desmontajes siempre son más relajados y rápidos y marcan el final del trabajo lo cual los dota de un carácter marcadamente festivo. Más tarde, comida y viaje de regreso, éste a diferencia del viaje de ida, que fue muy dicharachero, se caracterizó por los ronquidos de unas cuántas de las presentes.
Al llegar a casa del conductor, nos asaltó la triste realidad: el resto de la siesta tendríamos que hacerla en el metro, que siempre es menos íntimo. El caso es que Goreti, mujer de energía inagotable, no me dejó continuar con la cabezadita. Vimos partir un tren justo en nuestras narices pero el tema no nos importó demasiado pues nos habíamos enfrascado en una conversación imagino que interesantísima; en cuanto llegó el siguiente, nos metimos en él absortas en la charla.Tampoco nos importó que el tren parara durante lo que fueron largos minutos en una estación, que ni siquiera reparamos en cuál era, y cuando una chica asomó su cabeza por el vagón y nos preguntó si el metro iba en dirección Argüelles, tampoco nos asaltó ninguna duda, alegres y decididas respondimos que sí.
La conversación continuaba tranquila hasta que yo leí un cartel de una de las estaciones posteriores: PARQUE DE SANTA MARÍA. En ese momento, a las dos de repente pareció encendérsenos la bombilla ¿parque de santa maría? Pero si estamos en Parque de Santa María ¿de dónde venimos? ¿y a dónde vamos? Todas estas preguntas, trascendentales, y que todos nos hemos hecho alguna vez, en aquel momento, en aquel lugar, ESTABAN SIMPLEMENTE FUERA DE CONTEXTO. Nuestras carcajadas y desconcierto eran tan grandes como el tamaño de los ojos de la gente a nuestro alrededor, que, sin duda, debía estar pensando que estábamos borrachas o fumadas (o las dos cosas).
Como nuestros cerebros somnolientos no atinaban a descifrar el enigma de nuestra supuesta abducción, decidimos salir del vagón no sin antes arrastrar a la muchacha que previamente nos había preguntado y que se dirigía a Argüelles. La chica que, evidentemente, andaba más despierta que nosotras dijo en voz alta y con un plano de metro en la mano “Yo no me bajo que voy bien”. Esto pareció apaciguar nuestro desasosiego trascendental pues dimos media vuelta y nos dirigimos hacia nuestros sitios de nuevo.
El caso es que el sueño, las risas, el descoloque y la puta mala suerte hicieron que yo intentara sentarme atravesando primero una barra de hierro ubicada verticalmente de techo a suelo del vagón. Así que me di un sonoro golpe en la nariz y frente con la mencionada barra y reboté hacia atrás como en los dibujos animados. El golpe debió hacer que mis neuronas despertaran pues de repente se me ocurrió mirar el plano de metro que, muy convenientemente, está ubicado en el interior de todos los vagones. El enigma era sencillo: cogimos un tren en dirección opuesta a la de nuestro destino y al llegar al final de la línea rebotamos y volvimos a pasar por el punto de inicio de nuestro viaje. Es peligroso madrugar y viajar en metro.
Goreti lanzó una invitación abierta al evento, en la cocina de casa, una semana antes del mismo con un tono de voz y una sonrisa como quien está acostumbrado a sólo encontrar negativas de respuesta. Así que no sé si porque me gusta llevar la contraria, que me gusta, o porque me emociona el modo en que Goreti se implica en su asociación, acepté la invitación.
La cita era sábado a las 8:30 de la mañana en un parque en Pozuelo, una ciudad próxima a Madrid. Esto significaba levantarse a las 7 de la mañana, hora poco frecuentada en días de descanso laboral. En cualquier caso, yo estaba decidida a colaborar y, no sólo eso, sino además a pasármelo lo mejor posible.
El frío y el sueño eran increíbles pero saludables (creo). Tras desayunar un poco salimos en metro hacia el primer punto de la ruta matutina: la casa de otro de los implicados en el proyecto: Javier. Javier vive en Parque de Santa María, zona norte de Madrid. En su casa tomamos un café y cargamos unas cuantas cosas que utilizaríamos para el montaje del cross. Fue en casa de Javi donde Gore me advirtió del carácter más bien gritón y nervioso de su amigo y compañero de asociación, diciéndome bajito al oído “Cuando lleguemos a Pozuelo, Javi se pondrá a chillarnos, pero tú ni caso”
El trayecto en el coche de Javi fue tranquilo y relajado pero tal y como me había adelantado Gore en cuanto nuestros pies se posaron en la localización del evento Javi se transformó en un ser nervioso, estresado y, desde mi punto de vista, divertido.
Marcamos con un poco de cinta de precinto y cinta plástica, cedida amablemente por una marca de refrescos, el recorrido de la carrera. Colgamos las pancartas de META y SALIDA con ayuda de una Goreti encaramada a los árboles y una escalera. Montamos un cajón de salida para calentamientos con la ayuda de unas vallas de obra cedidas por el colegio en el que trabaja Javi. Y ubicamos el punto de avituallamiento con bebidas y bolsas de regalo, todo muy desinteresadamente donado por la arriba mencionada marca de refrescos y por una academia de idiomas.
Tras todo este trajín comenzaron a llegar los niños (el cross era infantil) con sus correspondientes padres, que como siempre dan más la lata que los enanos. Eran las 10:30 y yo ya estaba muerta de hambre.
Las carreras se sucedieron una tras otra, con normalidad y gran participación y con el paso de las horas, la organización mejoraba (a la par que aumentaba mi hambre y sueño).
Tras todas las competiciones con entrega de medallas incluida comenzó la mejor parte de todos los eventos: el desmontaje. Los desmontajes siempre son más relajados y rápidos y marcan el final del trabajo lo cual los dota de un carácter marcadamente festivo. Más tarde, comida y viaje de regreso, éste a diferencia del viaje de ida, que fue muy dicharachero, se caracterizó por los ronquidos de unas cuántas de las presentes.
Al llegar a casa del conductor, nos asaltó la triste realidad: el resto de la siesta tendríamos que hacerla en el metro, que siempre es menos íntimo. El caso es que Goreti, mujer de energía inagotable, no me dejó continuar con la cabezadita. Vimos partir un tren justo en nuestras narices pero el tema no nos importó demasiado pues nos habíamos enfrascado en una conversación imagino que interesantísima; en cuanto llegó el siguiente, nos metimos en él absortas en la charla.Tampoco nos importó que el tren parara durante lo que fueron largos minutos en una estación, que ni siquiera reparamos en cuál era, y cuando una chica asomó su cabeza por el vagón y nos preguntó si el metro iba en dirección Argüelles, tampoco nos asaltó ninguna duda, alegres y decididas respondimos que sí.
La conversación continuaba tranquila hasta que yo leí un cartel de una de las estaciones posteriores: PARQUE DE SANTA MARÍA. En ese momento, a las dos de repente pareció encendérsenos la bombilla ¿parque de santa maría? Pero si estamos en Parque de Santa María ¿de dónde venimos? ¿y a dónde vamos? Todas estas preguntas, trascendentales, y que todos nos hemos hecho alguna vez, en aquel momento, en aquel lugar, ESTABAN SIMPLEMENTE FUERA DE CONTEXTO. Nuestras carcajadas y desconcierto eran tan grandes como el tamaño de los ojos de la gente a nuestro alrededor, que, sin duda, debía estar pensando que estábamos borrachas o fumadas (o las dos cosas).
Como nuestros cerebros somnolientos no atinaban a descifrar el enigma de nuestra supuesta abducción, decidimos salir del vagón no sin antes arrastrar a la muchacha que previamente nos había preguntado y que se dirigía a Argüelles. La chica que, evidentemente, andaba más despierta que nosotras dijo en voz alta y con un plano de metro en la mano “Yo no me bajo que voy bien”. Esto pareció apaciguar nuestro desasosiego trascendental pues dimos media vuelta y nos dirigimos hacia nuestros sitios de nuevo.
El caso es que el sueño, las risas, el descoloque y la puta mala suerte hicieron que yo intentara sentarme atravesando primero una barra de hierro ubicada verticalmente de techo a suelo del vagón. Así que me di un sonoro golpe en la nariz y frente con la mencionada barra y reboté hacia atrás como en los dibujos animados. El golpe debió hacer que mis neuronas despertaran pues de repente se me ocurrió mirar el plano de metro que, muy convenientemente, está ubicado en el interior de todos los vagones. El enigma era sencillo: cogimos un tren en dirección opuesta a la de nuestro destino y al llegar al final de la línea rebotamos y volvimos a pasar por el punto de inicio de nuestro viaje. Es peligroso madrugar y viajar en metro.
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