Tuesday, September 10, 2013

comer, beber, andar

"Sepan que no hallarán en este libro ni terribles aventuras, ni cacerías extraordinarias, ni peligros, ni descubrimientos: no. Sólo la fantasía de un paseo lento al paso balanceante de los camellos, en el infinito del desierto rojizo..."

Pierre Loti, El Desierto.


¿Qué podría contaros que os acercara a la medida, forma, sabor, olores y el color de aquella esquina ridículamente pequeña del inmenso país por la que tuve la suerte de pasear?

¿Qué podría deciros?, que cada día de viaje por China vale como una semana en casa, sabida y previsible. Que ir a comer a un restaurante o a aquel chiringuito callejero junto al lago se convierte en un bello juego del que desconoces las reglas. Cartas indescifrables compuestas por preciosos caracteres trazados con destreza durante milenios y, simplificados ahora, para que los pocos que se atreven con el idioma puedan alcanzar a aprehenderlo en el corto espacio de una vida terrenal.

Narraros la humildad que requiere el tener que preguntar a cada paso: el camino, el autobús, el pueblo, el templo, cada cosa, tal que analfabeta. Compartir con todos a los cuatro vientos, de nuevo, mi teoría de que la bondad humana es universal y ampliamente extendida por mucho que nos hagan creer que No, que el mundo es un lugar aterrador, que no debemos salir de nuestras casas ni dejar de ver sus noticias en su televisión.

Relataros que China es grande, y China es Asia, mi adorada Asia. El aire, allá dónde estuve, se mastica y tu propio sudor te hace cosquillas cuando unas gotas juguetonas bajan por tu espalda acariciándote.

Podría contaros que los hombres chinos no se averguenzan de llevar los bolsos de sus acompañantes femeninas y los portean con la cabeza alta como el que muestra una medalla ganadora. Te empujan al entrar y al salir del metro, del autobús, como si una gran prisa invadiera el país, les acuciara, la prisa del que ha estado aislado durante años del mundo. Prisa por ir, por venir, por coger asiento, prisa urbana.

Describiros que no sonríen de per se y, sin embargo, son amables. Ellos, bajitos y feos y ellas, más bellas y esbeltas, como siempre, pero con el peor gusto en el vestir que he visto en lugar alguno. Zapatos horrendos, combinaciones de colores y estampados, imposibles, móviles de última generación.

Confesaros que comí mucho y muy rico, cada día, sin faltar uno. Dumplings para desayunar. Tallos de flor de loto salteados. Arroz, arroz y más arroz. En otra vida, estoy convencida de que nací en Asia. Un amigo hace poco me vino a confesar que él estaba seguro de haber sido un indígena centro americano bajito antes de ocupar su ser actual.

Y caminar y ser y sentir y beber cerveza tostada de Laos junto a la frontera, en pueblos de esos que una nunca sabe quién ni qué decidió que pertenecieran a uno u otro país, que cayeran a éste o al otro lado de esa raya imaginaria que los divide y nos requiere de visados, pasaportes y otras estupideces burocráticas.

China es tan grande que mi pequeña y humilde persona no podría contarla jamás ni en un millón de vidas terrestres. Así de grande es China.


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