Como algún que otro año, comienzo éste, el año del fin del mundo, en un aeropuerto. Huyendo, corriendo fuera del alcance de mí misma, de mi estúpida rutina autoimpuesta. Corro con ansias de soledad, buscando un lugar soleado. Destino: no importa. Única condición indispensable: nadie conocido alrededor. El mar y el sol son pluses, sin duda. Desconectar el télefono. No mirar ni de lejos un ordenador. Dejar todo en orden para y sólo por un par de días volar libre de ataduras.
Unas olas de película me reciben en La Santa, frente a mi ventana. Increíble la maestría de surferos y pescadores por igual que me hace olvidar mi primera impresión del albergue en el que me alojaré por unos días. Los rayos oblicuos del atardecer generan pequeños arco iris al atravear los inmensos tubos que forman las olas. Naturaleza brutal.
Sol y nubes me acompañan a lo largo de toda la mañana. Carreteras sinuosas abarrotadas de ciclistas que entrenan sin miedo, aquí no hay mucho coche. El valle del Malpaso me hace entrar en alerta. La niebla es intensa y me ciega. Qué razón tenían los que le dieron su nombre. A mi izquierda el siempre presente Atlántico rompe con majestuosidad contra las rocas oscuras y baña playas semidesérticas. ¡Qué diferente ha de ser esta isla en verano! El viento no deja de soplar, alborotando mi pelo. Paraíso del surf.
Dejo pasar la oportunidad de visitar los Jameos del Agua, cueva llena de un cangrejo único en el mundo, sin embargo, los autocares aparcados en los alrededores me echan atrás. Mi brújula se siente atraída por un lugar en el mapa. Punta Mujeres. Allí como y continuo hacia Arrieta para echarme una siesta sobre la arena de la playa.
La siesta se convierte en un paseo por la orilla, arriba y abajo, abajo y arriba, como los lugareños, bronceados de tanto sol invernal. Tras el descanso encaro la carretera de nuevo a lo largo de la costa sur de la isla, dirección oeste, hacia Arrecife.
Paso de largo la capital y llego a Tias. Desde aquí hasta Uga se extiende el paisaje protegido llamado La Geria, donde los campesinos de la zona han excavado hoyos donde plantar sus cultivos, principalmente vid. El paisaje es espectacular.
El negro lo baña todo y la luz del incipiente atardecer multiplica su magia. Desde Uga, Yaiza y el TImanfaya a un paso. Las bicicletas siguen siendo un constante compañero de viaje y es en el interior del parque natural donde más echo de menos la mía. Rodar lentamente entre las rocas volcánicas. De vuelta en La Santa descubro que hoy no habrá espectáculo vespertino de surf puesto que las olas son demasiado grandes y violentas. Me decido por un paseo junto al mar con una Tropical en la mano.
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