Voy a contar un secreto (que buena forma de empezar), conocí a una persona, hombre para más señas y hasta que se demuestre lo contrario, por casualidad, en un sitio inusual. Flirteamos. Nos gustamos, mucho. Nos intercambiamos los números de teléfono, por supuesto. Tras un par de encuentros casuales, de esos que te ponen las pilas, pero bien puestas, de los que hacen que te vayas para tu casa caminando a un palmo del suelo y con una gran sonrisa en la cara, quedamos, claro. Primer error, desapareció la magia de los encuentros cósmicos y casuales, azarosos, caprichosos, llenos de posibles significados místicos. Empezó a gustarme menos de lo que me gustaba. Nos despedimos con la incómoda frase Ya hablaremos frase que, en realidad, quiere decir No sé si te volveré a llamar...pero claro a ver quién tiene bemoles a decir eso a la cara a alguien. Yo, no. Lo admito.
Un día pasó y a ése, le siguieron otros seis, igualitos, con sus veinticuatro horas cada uno, hasta completar lo que denominamos una semana. Ringgggg. Sorpresa, pensaba que él había tenido el mismo feeling que yo tras la primera cita, parece ser que no. Estoy fuera de la ciudad, te llamo al regresar. Era cierto, era uno de esos raros fines de semana en que se dan dos circunstancias a la vez: no trabajaba y tenía ganas de ver a mi familia.
Y regresé a la ciudad y llamé, por que yo, si digo que llamo, llamo y si no voy a llamar, tengo dos estrategias: a) Mensajes de texto, que son muy sufridos y resultones en estos casos ó b) simplemente, no digo nada y que cada uno entienda lo que quiera. Llamé. Concretamos día, hora y sitio. A una hora de la cita, llama para cancelar. Tengo que ir a bla, bla, bla...Te llamo para ver por dónde andas más tarde.
Los días se empeñan en pasar sin que nada ni nadie los detenga y, esta vez, fueron dos semanas las que pasaron. Turutururu (en este impass cambié el tono de llamadas entrantes de mi teléfono). ¿Tus ¨más tarde¨ son de dos semanas? Estás cabreada me dijo. No, pero yo si digo que llamo, llamo respondí. Ahora, la pelota está en mi tejado. Mi pregunta es ¿soy la única persona que se molesta con este tipo de cosas?
Un día pasó y a ése, le siguieron otros seis, igualitos, con sus veinticuatro horas cada uno, hasta completar lo que denominamos una semana. Ringgggg. Sorpresa, pensaba que él había tenido el mismo feeling que yo tras la primera cita, parece ser que no. Estoy fuera de la ciudad, te llamo al regresar. Era cierto, era uno de esos raros fines de semana en que se dan dos circunstancias a la vez: no trabajaba y tenía ganas de ver a mi familia.
Y regresé a la ciudad y llamé, por que yo, si digo que llamo, llamo y si no voy a llamar, tengo dos estrategias: a) Mensajes de texto, que son muy sufridos y resultones en estos casos ó b) simplemente, no digo nada y que cada uno entienda lo que quiera. Llamé. Concretamos día, hora y sitio. A una hora de la cita, llama para cancelar. Tengo que ir a bla, bla, bla...Te llamo para ver por dónde andas más tarde.
Los días se empeñan en pasar sin que nada ni nadie los detenga y, esta vez, fueron dos semanas las que pasaron. Turutururu (en este impass cambié el tono de llamadas entrantes de mi teléfono). ¿Tus ¨más tarde¨ son de dos semanas? Estás cabreada me dijo. No, pero yo si digo que llamo, llamo respondí. Ahora, la pelota está en mi tejado. Mi pregunta es ¿soy la única persona que se molesta con este tipo de cosas?
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