Notas de Viaje, El Ché Guevara
Quien no ha viajado en clase general, no sabe lo que es viajar en tren en India. Viajar en general es otro modo de viajar, es viajar como los más humildes entre los humildes, es no tener necesidad de comprar billete porque los revisores no pasan ya que no hay espacio por el que cruzar, es compartir un espacio ininmaginablemente pequeño con una ininmaginable cantidad de gente. Viajar en general es aprender la esencia de todo viaje: compartir con otros.
Mi viaje a Jalgaon fueron 12 horas incómodas pero enriquecedoras. Doce horas encogida, sentada en un portamaletas, de los ubicados en la parte superior de los vagones. En los vagones de clase general, los portamalestas se convierten en portapersonas, el equipaje es secundario. Fui afortunada de conseguir este espacio en el portaequipaje, hubo gente que viajaba de Ahmedabad a Chennai, 2 días y medio de trayecto, e iban de pie, claro que, la cantidad de gente en el vagón era tal que unos sujetaban a otros así que uno no tiene que preocuparse por caerse.
Un señor, que se convirtió en mi guarda durante todo el viaje, me cedió un poco de espacio en cuanto me vio aparecer por el vagón. Yo era una de las pocas mujeres a bordo y la única occidental. Mi ángel de la guarda primero se cercioró de que no me había confundido de vagón pues no muchos occidentales viajan en clase general. Tras comprobar que, efectivamente, había sido lo suficientemente arriesgada para viajar en general, me hizo hueco en el portaequipaje junto a él y se apresuró a enseñarme las normas de comportamiento en espacios reducidos.
Los viajeros que tienen la suerte de apoderarse de un espacio para sentarse, han de descalzarse. Si este espacio se encuentra situado por encima de otras personas, los zapatos, en mi caso botas de montaña, se ubican en los ventiladores que se hayan anclados al techo del vagón, ventiladores que intentan paliar sin éxito los sofocos del mes de noviembre en la India. Estos ventiladores en la posición en la que nos encontrábamos nos quedaban exactamente frente a nosotros tal que una mesita auxiliar. Una vez descalza, la posición más cómoda y menos intrusiva para los pasajeros que viajaban justo debajo de mí era con las piernas dobladas delante de mí sujetas por mis brazos. Entonces más que nunca deseé medir 20 centímetros menos.
Mi ángel de la guarda estuvo atento durante todo el viaje. Guardaba mi espacio cuando yo tenía que ir al baño, tarea dura y que requería gran concentración pues había que sortear a decenas de pasajeros ubicados por todos lados, literalmente, por todos lados. Nunca hubiera imaginado que cupiésen tantas personas en tan reducido espacio. En una de mis visitas al servicio, me sucedió una de las cosas más graciosas de mis meses por India. Un chico, musulmán para más señas, me pidió un autógrafo. ¿Para qué? No tengo idea. En ese momento, sí me dió la sensación de que quizás no muchos occidentales viajen en clase ordinaria en la India. Ahora hay un chico por ahí con un trozo de papel y un garabato mio quién sabe lo que dirá al respecto.
Mi ángel de la guarda me alimentó durante todo mi trayecto. No importó que le insistiese que tenía comida en mi mochila. En cada parada del tren, compró y compartió conmigo todo lo que había disponible: mandarinas, samosas, frutos secos, cai, pepsicola caliente... Todos los manjares de los que se disfruta en cualquier viaje en tren por el país.
Cuando llegó la hora de apearme del tren me quedó una cierta sensación de melancolía. Abandonaba a aquel que me había cuidado tanto en aquellas maravillosamente incómodas 12 horas.
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